“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?... ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.” (Salmo 42:1-2, 11)
Una noche a la madrugada cuando yo luchaba con la depresión y la insomnia abrir mi Biblia y comencé a leer esta escritura. Muchos de ustedes probablemente pueden relacionarse con tener uno de esos días cuando te sientes sin ánimo. Estos versos expresaban exactamente lo que yo sentía. Espiritualmente, me sentía seco y realmente anhelaba el agua viva de Dios. Traté de realinear mi alma a Dios. Ore y lee la Biblia, aún el peso todavía permanecía conmigo. Le pedí a mi esposa que orara por mí y esto me ayudo enormemente. Más tarde esa mañana cuando me vestía, le presente alabanzas al Señor, aunque yo todavía me sintiera pesado. Gradualmente la pesadez se levantó y yo pude continuar me día.
Por qué los valles vienen en nuestro caminar espiritual a veces es un misterio. Sabemos que tenemos un enemigo que está rondando en busca de quien él puede devorar. Jesús les dijo claramente a sus discípulos, “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Cuando los problemas vienen, podemos usar la oración y el hablar la Palabra como nuestra primera línea de la defensa. Si este deja de contener el ataque, tenemos que conseguir la ayuda de otros hermanos y hermanas cristianos que están en la batalla. A menudo el orgullo nos impide confiar en otro creyente y/o pedir la oración. A veces no queremos compartir porque dudamos que la persona realmente se preocupe por nosotros. No podemos permitirnos dejar que esas barreras nos aislaren del resto del cuerpo de Cristo. Si yo no me hubiera humillado pidiendo a mi esposa que orare por mí en este caso, la depresión pudiera haber seguido y haber afectado mi ministerio.
La caminata cristiana no es para ser caminada solo. Dios nos da hermanos y hermanas en el cuerpo de Cristo (I Corintios 12) para animarnos y ser nuestros portadores de armadura en la guerra espiritual. También tenemos la responsabilidad de ayudarles cuando ellos están bajo el ataque. Cuando estamos conectados en el cuerpo de Cristo, seremos menos propensos a ser herido en la batalla o peor, puestos fuera de acción.
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