“No
os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde
ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni
la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque
donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” Mateo 6:19-21
“Le
dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la
herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros
como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda
avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes
que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de
un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí,
diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y
dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí
guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma,
muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe,
regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo
que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro,
y no es rico para con Dios.” Lucas 12:13-21
Cuando
piensa de toda la ansiedad, congoja, tensión y daño físico que viene como un
resultado directo de nuestra búsqueda frenética de las posesiones, uno tiene
que admitir que parece de hecho como que si el dinero es la cosa más importante
en el mundo. Argumentos sobre el dinero son la causa primaria de tensión
matrimonial entre parejas. Los periódicos cuentan de gente quien se mata el uno
al otro sobre el dinero y cosas, para decir nada de esos quien literalmente se
están matando ellos mismos en su búsqueda frenética de logros y la acumulación.
Es
una inclinación natural en la mayoría de nosotros de conseguir cosas, rodearnos
con posesiones materiales. ¡Si
solo tuviera una casa mejor, un sueldo mejor, un carro mejor, que mejor fuera
la vida! ¡Quizás! Pero no hay ninguna garantía. “porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee.”
Cuántos
de nosotros no hemos dicho en un tiempo u otro, “Si nomás tuviere un millón de
dólares, yo compraría esto y eso, o hiciera esto y aquello.” El aspecto duro
del dinero y las posesiones materiales es que necesitamos una cierta cantidad
de ellos para vivir. Nuestras posesiones enriquecen nuestras vidas en maneras
innumerables. Pero, como hemos notado, nuestras posesiones también pueden
hacernos miserables. ¿Qué es lo que hace la diferencia? Esa es la pregunta
detrás de la escritura de hoy, acerca de las posesiones.
Si trazaremos la vida humana, notando las
preocupaciones predominantes a cada etapa en la peregrinación de la vida, la
preocupación sobre posesiones materiales marcaría cada paso a lo largo del
camino. El adolescente, en un intento desesperado
de ser aceptado como uno del grupo, compra zapatos especiales y ropa que son
“De moda”. La calidad no es la meta en estas compras. La cosa principal es
comprar cosas que aseguraran la popularidad. A una edad temprana, venimos a
asociar las posesiones como la manera de ganar amigos y lograr un sentido de
bienestar personal. El colegiante, que a menudo crítica a sus padres por sus
preocupaciones con la casa, carro, trabajo y el prestigio, anhela un carro
nuevo, el mejor estéreo para su dormitorio. El “se quema las cejas” con
esperanzas de lograra mejores grados para que después pueda conseguir un
trabajo que paga bien que renda un ingreso suficiente para satisfacer sus
expectativas. La pareja quien descuida sus hijos para realizar cada deseo
material posible para ellos. Ellos están llenos de ansiedad sobre el futuro de
una vida de acumulación. ¿Es vida esto?
Un
hombre viene a Jesús y le pide que resuelva una disputa sobre una herencia.
Pero Jesús no se envuelve en la disputa de esta familia sobre el dinero. En
cambio, Él usa esta ocasión para advertir a todo mundo, “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida
del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” Mirad que los deseos vanos de hoy no llegan a ser
las necesidades de mañana. Mirad que las cosas sin valor en la vida no excluyen
las cosas que valen la pena en la vida. Eso es frecuentemente la manera que es
con el dinero.
Aquí tenemos a dos hermanos que han llegado a ser
alienados el uno del otro sobre una herencia. ¿Ha conocido alguna familia que
le ha sucedido esto? Alguien, una vez me dijo, “La mejor cosa que los padres puede hacer para sus hijos es gastar todo
su dinero mientras viven y no dejar nada para que la familia no se destruya
después en una disputa sobre la herencia.” ¡Que triste ver una familia
dividido sobre posesiones! ¡Qué triste es ver una vida corrompida o destruida
en búsqueda de la abundancia de algo que, mientras es importante, no puede
exclusivamente conducir a una vida abundante!
Aquí está un hombre quien podemos llamar la
personificación del éxito. El ha levantado su negocio de la nada a una aventura
prospera. El ocupa un lugar en la directiva de dos corporaciones y sirve como
un síndico de una universidad grande. Le pudiéramos llamar un ciudadano
ejemplar. Pero Dios podría llamarle a este excelente, persona prospera un
necio, un hombre quien pensaba que tenía tanto, pero en realidad tenía nada.
Todos sus logros financieros, sus graneros llenos, sus acciones y bonos, sus
cuentas bancarias, ¿de qué le sirven ahora que el ángel de la muerte le llama y
respira su último? Este hombre quien en los ojos del mundo aparece tan sabio es
en la realidad muy tonto. El, alocadamente pensó que sus riquezas le podían
escudar de la muerte. “Así es el que hace
para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”
Ponemos nuestro dinero en un plan de retiro para
asegurarnos contra problemas cuando lleguemos a ser ancianos. Instalamos un
sistema de alarma contra ladrones para proteger nuestras posesiones.
Construimos casas grandes, graneros más grandes, y cuentas más grandes de
ahorros. Les pasamos cosas a nuestros
herederos para que ellos también puedan construir graneros más grandes, cuentas
más grandes de ahorros. Pero, cuando la muerte nos llama, ¿qué entonces? “¿y lo que has provisto, de quién será?
Considerad los lirios, dijo Jesús. Vea su belleza,
su exuberancia. Aun, ¿qué han hecho para merecer su belleza? Su gloria viene
como un regalo de Dios. “No temáis,”
dice Jesús. Pero esto es más fácil decir que hacer. La ansiedad sobre las cosas
materiales es una fuente principal de problemas emocionales y físicos de salud.
A veces nuestra ansiedad es relacionada con temores sobre proveer por las
necesidades básicas de la vida. A menudo está relacionado con temor sobre
obtener cosas que no son en ninguna manera necesarios para nuestra supervivencia.
Recientemente, se tomo una encuesta y se les
pregunto a la gente, “¿Está usted más
feliz hoy que era hace diez años?” ¿Por qué es que la gente no se siente
más feliz y más financieramente prósperos? La razón se debe a lo que se llama
“El fenómeno nivel de adaptación.” Esto significa que nuestros niveles de
expectativa en la vida se adaptan a nuestros niveles de logro. Simplemente
dicho, entre más tenemos, más queremos. Nuestros ingresos pueden haber subido.
Pero nuestro ingreso nunca sube tan rápido como nuestras expectativas. Con
razón, que mientras intentamos “hacernos tesoros,” estamos condenados a la
infelicidad perpetua. Nunca podemos conseguir lo suficiente que queremos.
Podemos conseguir lo que necesitamos, pero lo que nosotros queremos es otra
cosa. Si Dios les da a los lirios del campo lo que necesitan, estas plantas
frágiles “que hoy está en el campo, y
mañana es echada al horno,” ¿cuánto más a nosotros, suplirá Dios nuestras
necesidades? Pero, nuestros deseos, no nuestras necesidades, es nuestro gran
problema.
Mientras Jesús tal vez no tuvo posesiones propias,
Él sabía el poder que las cosas materiales podían tener sobre la gente. “Porque
donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” La chequera de
una persona nos puede decir mucho de su corazón como cualquier otra cosa. Jesús
no tuvo ilusiones sobre la naturaleza humana. Él supo que nuestros corazones
tienden a estar dondequiera que este nuestro dinero.
“No os preocupéis por
lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa
inquietud.”
No permitas que la búsqueda de posesiones materiales se vuelva en una obsesión.
No dejes que su vida sea consumida con una pasión para las cosas que no
satisfacen finalmente. ¿Por qué hablo Jesús tanto sobre posesiones materiales?
Porque reconocía la locura y la desilusión que viene a esos quien confían en
las “cosas” más que en Él. “Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas” (Mateo 6:25-34).
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