“Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la
cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro
que en ti también.” II Timoteo 1:5
Por las últimas semanas, los
periódicos, la radio, la televisión y las tiendas nos han estado recordando del
Día de la Madre. No pienso que alguien es ignorante del hecho que este domingo
es el Día de la Madre. Es triste que hoy en día estamos tan envueltos en nosotros
mismos que no tenemos tiempo para los demás y necesitamos días especiales para
recordarnos a cuidar y amar a los demás como la madre, el padre y los abuelos,
etc.
La observancia del Día de las Madres en
este país se inició en mayo de 1914, pero mucho antes de aquella fecha Dios
decretó la honra de las madres. ¡No solo para un día especial, pero cada día
del año! (Éxodo 20:12). Las madres
cristianas son el mayor valor del mundo.
Por lo general pensamos en honrar a
nuestra madre simplemente en términos de regalos materiales y reconocimiento
público. Pero la mejor manera de demostrar la estima que tenemos a nuestras
madres es ser la clase de persona que
nuestra madre quiere que seamos.
Nuestras madres desean una cosa de
nosotros sobre todo de lo de más. No es que nosotros debiéramos levantarnos en
público elogiándolas o comprarles regalos agradables. Su único deseo es que se
puede ver algo de su fe e inspiración
que echa raíces en la vida de sus hijos.
No se limite solo en darle flores y
regalos en el Día de la Madre para decirle que la ama, pero encarna en su vida
el espíritu de nobleza y fe y lealtad que ella tiene. Se dice que la música no
se escribe para ser admirada, pero para ser tocada.
En la Biblia, la maternidad es muy
respetada. A lo largo del libro de Proverbios los hijos se les instruye a amar,
respetar y obedecer a sus madres. En el Antiguo Testamento un hijo que golpeaba
o blasfemaba a sus padres era condenado a la muerte por el apedreo (Éxodo 21:15-17; Deuteronomio 21:18-21).
El profeta Isaías nos dice que la mayor comodidad imaginable es el amor dado
por una madre a su hijo (Isaías 66:13),
y el Salmista escribió que el más profundo dolor es la pérdida de una madre (Salmos 35:14).
El amor de una madre nunca es agotado.
Nunca cambia, nunca se cansa, y perdura a través de todo; en la cara de la
condena del mundo, el amor de una madre aún vive. Para una madre no hay ningún
hijo malo o feo. Una madre puede tener diez hijos y cada uno de ellos sabrá que
tienen todo el amor de su madre. El amor de una madre es comparable al amor de
Dios. El amor de una madre es amable y paciente, ella siempre está apoyando, es
leal, ella está llena de esperanza y confianza. Su amor es para siempre.
Cuando todos le han abandonado, ella
estará de pie con usted. Cuando todos dudan, ella cree en usted. Cuando todo se
desespera, ella espera y cuando todos ceden, ella lucha y sigue orando. Las
madres son ricas cuando aman sus hijos. No hay ninguna madre pobre, ninguna fea
y ninguna vieja. Su amor es siempre el más hermoso de las alegrías. Y cuando
ellas parecen lo más triste esto necesita pero un beso cuando ellas reciben o
dan para convertir todos sus lágrimas en alegría.
Un joven que estaba cansado de la
monotonía y las restricciones de su hogar decidió irse de la casa, para irse a
un lugar donde él podría vagar y ser libre. Después de algún tiempo de vivir su
vida solo él realizó que no era lo que él había soñado que fuera. Él decidió
escribir a su madre y decirle que lo sentía y quería volver a casa y que él iba
a tomar el tren de regreso a casa.
Él le dijo que si ella todavía lo
quisiera, que ella debería colgar un pañuelo blanco en el árbol en la yarda que
podría ser fácilmente visto del tren antes de que se parara en el estación. Él
había decidido que si él no miraba un pañuelo él se quedaría en el tren y
seguiría. Que asombrado el joven fue cuando él encontró que su madre había
usado todo los pañuelos disponibles y todas las sabanas blancas que ella tenía
para colgar en todas las ramas de los árboles en la yarda. Él no podía entender
como su madre podría seguir amándolo. Esto era un misterio para él que el amor
de su madre había aumentado en vez de disminuido.
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