El hombre que vi, llevaba en su mano una Biblia,
En su cara reflejaba el deseo de ayudar.
En sus labios una sonrisa, y la paz con la que oí expresarse,
Note que era un maestro.
Cuando abrió el Sagrado Libro,
Nos hizo transportar al mundo celestial.
Nos dijo como suplicar a Dios con nuestros labios,
Y humillarnos como David lo hizo;
En el Salmo cincuenta y uno.
Lloramos, reímos, adoramos a Dios y dije,
“¡Qué gran predicador!”
Había tal sabiduría en este hombre,
Que hombres y mujeres se acercaron a consultarle.
Su corazón estaba lleno de justicia,
Y su autoridad solo la uso, para defender la verdad.
¿Por qué este hombre sabio sale tanto?
¿Por qué deja su esposa, sus hijos tantos tiempos solos,
Para ir por los hogares impartiendo el consejo;
Y gastando sus fuerzas en los demás, el pueblo?
¿Por qué no le importa el dejar triste su familia?
¿Por qué prefiere exponer su vida,
Para llevar la paz y la reconciliación?
Y al final de cuentas no ser comprendido,
Por el necio que no quiere arreglar su camino.
Y en venganza cierra su bolsillo,
Creyendo que va a detener su buen camino.
El hombre que vi, era mi pastor,
Que se expuso a todo por atenderme a mí y a la Iglesia.
Dios te bendiga mi pastor, sigue tu camino.
Sigue impartiendo la buena semilla, que la tierra buena dará su fruto.
Y de su buena cosecha, recibirás tu fruto.
Al mirar tu noble misión me hice una promesa, ante el Todo Poderoso.
Que acompañado contigo estoy siempre en oración y me gozo.
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